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Veinte años después de la muerte de su madre, Ana evoca su infancia y los fantasmas personales que la atormentaron, ya que se considera culpable directa de esa muerte que acabó con un largo período de agónica enfermedad. Ana cree haber matado a su madre al haberle disuelto en un vaso de leche unos polvos que su madre guardaba en un lugar supuestamente secreto, para hacer más breve su fin. Ignorando que esos polvos eran inocuos, Ana cree poseer un poder especial para poder eliminar a aquellos que desea apartar de su vida.
Una de las personas a las que Ana odia especialmente es su tía Paulina, sobre todo desde que se ha hecho cargo de ella y sus dos hermanas tras las muertes de la madre y, poco después, del padre. Sólo la callada presencia de la abuela y la locuaz franqueza de Rosa, la criada, logran sacar a la pequeña de sus ensoñaciones. |